Iba caminando desganadamente, había sido una tarde difícil y el color del atardecer ya había llegado a transformarse en un azul tan profundo que no tenia nada que envidiarle al mar.Sus pensamientos transitaban en su cabeza más rápido que él sobre los adoquines de la avenida, cuando subió nuevamente a la vereda miró la ciudad.
Luces de todos colores emanaban de las ventanas de los edificios que lo rodeaban.
Detuvo su marcha y miró con desprecio su muñeca izquierda, más precisamente a su reloj.Lo desajustó y lo arrojó con decisión a la calle, estrellándolo contra los adoquines.Pobre iluso, creyó que de esa manera iba a poder escapar del tiempo.
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